FRAGMENTOS DE LIBROS DE ITURRIAGA

 


Pasión a fuego lento. Erotismo y cocina mexicana, Grijalbo, 2006.

Índice:

Prólogo

1. Sexo, amor y cocina

2. México prehispánico. (Sacrificios sexuales y ayunos rituales; antropofagia religiosa)

3. Nueva España

3.1 El siglo XVI. (Placeres imperiales. Votos y devotos)

3.2 El siglo XVII. (Las ricas cocinas de monjas vs la mortificación de los sentidos)

3.3 El siglo XVIII. (Exuberancia barroca. Nieves del volcán)

3.4 Inicios del siglo XIX

4. México independiente

4.1 El siglo XIX. (Restoranes y cortejos)

4.2 El siglo XX. ("Adelitas", sexo y cocina. Cilicios, antropólogos y viajeros)

4.3 El siglo XXI. (Obesidad, anorexia y bulimia. Dos y palabras sobre pornografía y antropofagia contemporáneas)

5. ANEXO: Afrodisíacos

5.1 Afrodisíacos y anafrodisíacos. Reconstituyentes

5.2 Anatomía sexual de animales. Castración

5.3 Esbozo histórico de los afrodisíacos

Prólogo: Este libro proviene de una amplia investigación bibliográfica. No hay en él creación literaria. La información que incluye invita a reflexionar e induce análisis y conclusiones sobre este tema, intacto hasta hoy. Quedan los resultados de esta indagación como punto de partida para otros trabajos sobre subtemas específicos.

El título Sexo y cocina mexicana fue examinado y discutido en diversas ocasiones para revisar la conveniencia de mantenerlo o modificarlo. Un título más preciso y correspondiente al contenido hubiera tenido una extensión dieciochesca. Sería algo así como: "Enfoque histórico de la práctica y las intenciones sexuales y amorosas en México contempladas en su correlación con la cocina, entendiendo que ésta comprenda alimentos naturales y preparados así como bebidas, sobre todo alcohólicas, y aclarando que se incluye también el amor religioso cuando aparentemente linde con lo erótico; sin dejar fuera a los productos propiciatorios del amor (según el decir popular) y a sus antagonistas". Como los títulos en nuestros días suelen ser sintéticos, indicativos y concisos, optamos finalmente por el que ostenta este volumen y agregamos un subtítulo que remedia en parte el laconismo de su principal.

Como la referencia al vínculo entre el amor divino y el amor humano pudiera provocar inquietudes, conviene recordar a la Biblia ("¡Ah, llévame contigo, sí, corriendo, / a tu alcoba condúceme, rey mío: / a celebrar contigo nuestra fiesta / y alabar tus amores más que el vino"), a santa Teresa de Jesús ("Cuando el dulce Cazador / me tiró y dejó rendida, / en los brazos del amor / mi alma quedó caída, / y cobrando nueva vida / de tal manera he trocado, / que mi Amado es para mí / y yo soy para mi Amado"), a fray Luis de León ("El amor y la pena / despiertan en mi pecho un ansia ardiente; / despiden larga vena / los ojos hechos fuente"), a san Juan de la Cruz ("Gocémonos, Amado, / y vámonos a ver en tu hermosura / al monte y al collado, / do mana el agua pura; / entremos más adentro en la espesura"), en fin, a Amado Nervo ("Yo en todo encarno ideal. / Para mi sed inmortal / todo beso es eucarístico / y pongo un impulso místico / hasta en el amor sexual"). (1)

Al incluir en este libro a los alimentos sin preparación, en particular a las frutas, tenemos presente a la marquesa Calderón de la Barca (escocesa casada con español), quien aseguraba que, en México, "los postres cuelgan de los árboles". Por supuesto, hablaba del mango, del mamey, de la chirimoya y de otras frutas que, en sí mismas, son ya un platillo natural.

Esta investigación nos acercó, a través del sexo, del amor y de la cocina, a la literatura, a las artes plásticas, a la música y a la picardía popular, materias que bien podrían conjuntarse en otro libro, hijo de éste.

En la literatura y sobre todo en la poesía erótica o amorosa suelen aparecer alimentos, de manera destacada frutos, leche y miel; entre los primeros tienen mayor recurrencia la atractiva manzana (verdadera culpable del pecado original), las uvas –incluidas las vides– y el durazno (de seguro por su tersa piel). También se presentan con frecuencia líquidos y de modo particular resalta entre ellos el vino (suponemos que tinto, por su mayor cuerpo y ardoroso color, aunque los textos poéticos rara vez lo aclaran). Es evidente que las bebidas alcohólicas son propiciatorias del amor físico, por la desinhibición que provocan, si bien tomadas en exceso pueden frustrar la culminación amorosa.

En la literatura universal hay notables muestras de la correlación que nos ocupa entre sexo y alimentación: en primer lugar, de la mismísima Biblia el Cantar de los cantares del Antiguo testamento (Ella: "Me metió en su bodega / y contra mí enarbola su bandera de amor. / Dame fuerzas con pasas y vigor con manzanas: / ¡desfallezco de amor! / orea mi jardín, que exhale sus perfumes. / Entra, amor mío, en tu jardín / a comer de sus frutos exquisitos". El: "Un panal que destila son tus labios / y tienes, novia mía, miel y leche debajo de tu lengua / tu vientre, montón de trigo, rodeado de azucenas"). Aristóteles en sus Problemas ("el vino excita el apetito sexual, y con razón se dice que Dionisos y Afrodita van juntos").

Las mil y una noches ("¿Acaso no soy como una fruta? Pruébame. Soy dulce y ácida. Mi virginidad huele a jazmín. ¿Cuál es la causa de que una muchacha, cuando sus pechos se ponen duros y su fruta deliciosa, prefiera la acritud de los limones?").

El jeque Nefzawi en El jardín perfumado ("La mujer es como una fruta que sólo exhala su fragancia cuando la frotan con la mano"). San Juan de la Cruz en su Cántico espiritual ("Entrádose ha la Esposa / en el ameno huerto deseado, / y a su sabor reposa, el cuello inclinado / sobre los dulces brazos del Amado").

Jorge Luis Borges en Al vino ("Vino del mutuo amor o la dura pelea / alguna vez te llamaré que así sea"). Nicolás Guillén ("Sencilla y vertical / como una caña en el cañaveral. / Oh retadora del furor / genital: / tu andar fabrica para el espasmo gritador / espuma equina entre tus muslos de metal").

En fin, el Nobel Pablo Neruda ("Amo el amor que se reparte / en besos, lecho y pan"; "Tienes hasta los senos perfumados. / Mientras el viento triste galopa matando mariposas / yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela. / Te traeré de las montañas flores alegres / avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos. / Quiero hacer contigo / lo que la primavera hace con los cerezos").

Algunas muestras de la literatura mexicana vinculadas a nuestro tema las presentamos en los capítulos correspondientes, según sea el siglo al que pertenezcan.

Con relación a las artes plásticas, sobre todo pinturas y utensilios que acercan ambos temas, el erótico y el culinario, hay numerosos ejemplos en lienzos renacentistas y posteriores y en objetos de diversas épocas, destacando griegos y romanos, pero no localizamos casos significativos en México. Al respecto, sólo recordemos –dejando de lado a numerosos Adanes y Evas con la manzana– a la "Alegoría del Tiempo y el Amor", de Angelo Bronzino, donde Venus, desnuda, tiene una manzana de oro en la mano, en tanto la abraza y besa Cupido, acariciándole un seno, mientras otro personaje ofrece un trozo de panal de miel; "El juicio de Paris", de Rubens, que muestra a tres encantadoras diosas sin ropa y a la más bella, Afrodita, Paris le ofrece una manzana; las "Bacanales" de Tiziano y las de Nicolás Poussin, con hermosas desvestidas y abundante vino; y el "Desayuno sobre la Hierba", de Manet, también con atractivos desnudos femeninos y sobradas viandas, por citar algunas muestras (2).

También ilustra este asunto la exposición pictórica que mostró el museo del Prado en Madrid con el sugerente título de "Los Cinco Sentidos". Asimismo cabe rememorar la exposición "Ars Erótica" que presentó hace un par de años La Casa del Lago, de la UNAM, en Chapultepec, con piezas de la Grecia clásica y la Roma imperial, incluidos vasos, copas, jarras y vasijas para el servicio de mesa decorados con escenas de cópulas humanas en diversas modalidades. También serían pertinentes las palabras de Paco Ignacio Taibo I: "las capillas barrocas del estado de Puebla tienen más de comestible que de espirituable..." (3)

En cuanto a las artes plásticas, asimismo cabe hacer referencia a películas de nuestra materia combinada: allí estaría en primer lugar la mexicana Como agua para chocolate y de otras latitudes La gran comilona y El festín de Babeth.

La evidente abundancia de canciones mexicanas de casi todos los géneros y épocas con letras alusivas a alimentos, de manera destacada a frutas, nos hicieron madurar un viejo anhelo que concretó con la publicación de dos volúmenes donde se reúnen más de 500 letras de canciones; el justo título de esa obra es El que come y canta... Cancionero gastronómico mexicano. En su prólogo se apunta: "La mayoría de las canciones mexicanas –y del mundo entero–, hablan de amor. El amor no es siempre igual; no es el romance tormentoso plagado de celos y traiciones el que comparte un taco. El enamoramiento gozoso y la seducción, en cambio, abarcan un espectro amplísimo de metáforas culinarias. De la originaria manzana a la obviedad de la guayaba; la acidez sugestivamente femenina de los cítricos que dan abrazos que yo te pido, o tunas rejegas que se han de comer aunque espinen la mano. Ciertamente, en buena parte de las canciones hay ostentación de machismo y autoritarismo, que van de la mano". (4)

Hay canciones rancheras ("No le busques al melón / la semilla de sandía; / ahora te haces a mi ley, / o te acabo, vida mía"); coplas de sones veracruzanos ("Dicen que el chile maduro / tiene dulce la puntita; / también mi chinita tiene / dulce su bella boquita"), sones huastecos o huapangos ("Zacahuil, zacahuil, / saca Wilfrida el tamal, / que por grande que lo tengas / yo me lo voy a acabar"), sones de la Costa Chica de Guerrero ("Todas las mujeres tienen / en el pecho una aceituna, / pero más abajo tienen / la rueda de la fortuna") y sones de Oaxaca ("Del plátano, el corazón, / del durazno, la almendrita, / de la manzana, el sabor, / de mi negra, su boquita, / que está buena para un dolor / con besarla se me quita") y sones de otras regiones; hay canciones norteñas, corridos ("No te creas de un arrierito, / aunque lo veas con corbata, / porque te dará de comer / puros pedazos de reata") y letras de variados ritmos tropicales ("Camarón pelao tu quieres, / camarón pelao te doy") -algunos son ritmos comestibles, como la salsa o el merengue-; hay canciones de origen indígena y otras mestizas; en fin, hay desde rocanrol, baladas y otras piezas más pesadas, hasta composiciones para niños ("El piojo y la pulga se van a casar, / y no se hacen las bodas por falta de pan") y juegos infantiles. Se encuentran, entre compositores e intérpretes, al clásico urbano Chava Flores ("Tomando té" y "Los frijoles de Anastasia") a Molotov ("Changüich a la chichona"), a Los Tigres del Norte ("De noche se pone muy desmejorada / pues de hambre se muere y no puede aguantar"), a Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe ("Señoras no sean frutas / que todas somos sabrosas, / aquellos se sienten reyes / pero son puros mameyes"); existen desde "Allá en el rancho grande" ("El gusto de las rancheras / es tener su buen comal / hacer las tortillas negras / y chiflarle al caporal") hasta el Tri ("Me gustas negra, me gustas mucho, / porque me pones hasta el cucurucho. / Oye negra, negra modelo, / ¡qué buena estás!"); desde "Mi vaca lechera" ("Me gusta la leche, / también el café, / pero más me gustan / los ojos de usted") hasta Botellita de Jerez ("Tons qué mi reina, ¿a qué hora sales al pan" y "De tripas, cuajo y corazón o con una memela pasión"); desde Manolo Muñoz ("Hey Rosita, come to my house, / vamos a comer frijoles y tortillas con chile") hasta Menudo ("Sabes a chocolate"); desde los hermanos Carrión ("Que las cerezas están maduras / eso lo sé. / Que tu eres joven y muy bonita, / también lo sé") hasta Timbiriche ("Todo ha cambiado con tu partida. / Soy un desastre y no entiendo lo que pasa, / ya estoy cansado de comidas enlatadas"); desde "Las mañanitas" ("Ya me voy, ya me despido, / dándole vuelta a un ocote; / a las doce volveremos / al mole de guajolote") hasta Óscar Chávez ("De tu cepa nací, niña del vino, / porque tus ojos de uva me envinaron"); desde Celia Cruz ("Pulpa de tamarindo") hasta Tata Nacho ("Boquita azucarada") y Gloria Trevi ("La papa sin catsup").

Por lo que se refiere a la picardía popular y muy en especial a la paremiología o estudio de los dichos y refranes, abundan en nuestro país las expresiones asociadas de manera simultánea al sexo y a los alimentos:

Donde hay gordura hay hermosura.

Mala pa'l metate, buena pa'l petate.

Si como lo mueve lo bate, ¡qué rico chocolate!

Está como agua para chocolate.

Hacer de chivo los tamales.

Beber con los ojos.

Le dio calabazas.

Plato de segunda mesa.

Media naranja.

¡Está como mango!

Está que se le cuecen las habas.

Comerse la torta antes del recreo.

Echarse un taco de ojo.

Comer arroz con popote.

Subirse al guayabo.

Para todo mal, mezcal; para todo bien, también.

Las expresiones idiomáticas picarescas del mexicano común incluyen el uso de nombres de alimentos para aludir a asuntos sexuales, por ejemplo: el plátano, el chile, el camote y el chorizo; la leche y los huevos; la papaya, la guayaba y el mondongo; las tortas o las teleras; en fin, el mamey. Otros exponentes lingüísticos del pueblo acerca de esta materia se encontrarían en letreros de camiones, sobre todo cargueros, en grafitis de sanitarios, por supuesto en albures (que casi siempre son homosexuales) y en cierto tipo de adivinanzas.

La estructura de esta investigación se refleja en la composición del índice: un primer capítulo de carácter general -"Sexo, amor y cocina"-, seguido de un repaso histórico desde la época prehispánica hasta el siglo XXI. Se finaliza con un apéndice relativo a los afrodisíacos y otros asuntos conexos.

Capítulo 1, sexo, amor y cocina:

Apetitos terrenales ambos, la comida garantiza la supervivencia del individuo y el sexo garantiza la supervivencia de la especie.

En este capítulo sobre sexo, amor y cocina se pretende mostrar el vínculo que a través de la historia han tenido esos conceptos. La sorprendente cantidad de estudios al respecto –algunos específicos, otros indirectos– señalarían que no se trata de una mera ocurrencia nuestra, sino de una inquietud compartida tiempo atrás por sujetos de los más diversos perfiles. Y no estamos refiriéndonos solamente al sinnúmero de publicaciones sobre alimentos supuestamente afrodisíacos de variadas épocas y países, sino a reflexiones que llegan más al fondo de este asunto. Baste mencionar algunos autores y títulos, varios de los cuales a lo largo de este libro consultaremos: El libro de cocina de Freud, editado por Hillman (Freud's own cookbook); Fisiología del gusto o meditaciones de gastronomía trascendente (1825), de Brillat-Savarin; I balsami di Venere, de Camporesi; La table et l'amour, de Curnonsky; Venus in the kitchen, de Pilaff Bey, o Afrodite in cucina, de Tognazzi; La cuisine de l'amour, de Roustan; Eros a tavola, de Lorenzoni; La cuisine aphrodisiaque, de Delavigne; Della cucina erotica, de Spontini; The naked cheff (El cocinero desnudo), de Young; La cuisine amoureuse et magique, de Villon; El libro de los afrodisíacos, de Rao; A-Z of Aphrodisia, de Warburton; Del arroz nace el amor, de Arturo Lomelí; Cocina vegetariana afrodisíaca, de Meyer, por citar sólo algunos títulos. Apenas nos hemos asomado, por mera curiosidad, a otros libros como En la cama con el Dr. Comida. Cómo alimentarse para obtener el máximo beneficio del sexo y las horas de sueño, donde los autores "te enseñan a convertir tu cama en un oasis de placer y salud", o bien El tesoro de los secretos maravillosos. Recetas, pociones, talismanes, en el cual "se aplican las fuerzas ocultas de la naturaleza".

Nos acercaremos a la relación sexo / amor / cocina con sustento en diversas fuentes, desde algún clásico griego, y procuraremos no excedernos. (A propósito, tenemos en mente el libro La sexualidad y la lucha de clases, de Reiche, que habrá que leer para quitarnos la sonrisa de la boca).

Mucho sentido tuvo el congreso celebrado hace un par de décadas en Italia, "A tavola con amore", donde nuestra investigadora y diplomática cultural Gloria López Morales sostuvo: "Igual que en el amor, guisos y manjares son producto de una alquimia que comienza con esperanzas y quimeras y se consuma en el acto fugaz de comer y amar".

Los vínculos entre los apetitos sexuales y los apetitos alimenticios se remiten, en la tradición judeocristiana, a la manzana que gustosos compartieron Adán y Eva (¿por qué el orden machista del hombre al principio?, ¿no que las damas van primero?, ¿cuándo hemos escuchado Eva y Adán?). De seguro compartieron la manzana, porque los alimentos así disfrutados saben mejor: comer en soledad es una forma de onanismo. El sexo y la comida se disfrutan más en compañía (del verbo disfrutar, aprovechar los frutos).

Por otra parte, convendría repensar la culpabilidad del ofidio o bien del sensual producto ("Que fue la fruta, y no la serpiente, la verdadera culpable de nues¬tra caída es un aserto que nadie se atrevería a impugnar: la fruta so¬la, fragante, rolliza; húmeda de lluvia o rocío; ebria de madurez; inca¬paz, a veces, de retener el zumo…"). (1)

No es casualidad que el más famoso de los Diálogos socráticos de Platón, "El Banquete", esté abocado al amor; alguna intención tuvo el filósofo griego ("gran faena es llegar a servirse bellamente de las apetencias. El día que nació Venus hicieron los dioses un gran festín").

La homosexualidad masculina en la Grecia clásica y después en la Roma imperial era cosa habitual; la mujer estaba destinada a la reproducción, mas el amor solía darse entre los hombres. El sexo se veía con naturalidad, como la solitaria práctica de la masturbación, siempre y cuando no fuera exhibicionista, como fue el caso de Diógenes El Cínico. El simposio u orgía era un banquete profusamente irrigado, servido por bien formadas y dispuestas heteras, donde las libaciones y el sexo grupal hacían los honores a Dioniso y a Eros (dioses que entre los romanos serían Baco y Cupido). Platón, discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, deja claro que su mentor practicaba la homosexualidad […]  

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Ritos de sangre y sexo. Erotismo y brutalidad en el México preindependiente, Grijalbo, 2007.

Índice

Prólogo

México Prehispánico

1. Autosacrificios sexuales y otras penitencias

2. Sacrificios humanos

3. Antropofagia

4. Crímenes y castigos

5. Brutalidad religiosa y profana. Alucinógenos

6. Costumbres sexuales y erotismo

7. Prostitución y homosexualidad

8. Violaciones y estupros, incestos y adulterios

9. Tradiciones sexuales. Afrodisíacos. Escatología

La Conquista

1. Sacrificios humanos

2. Antropofagia

3. Crímenes de guerra

4. Otros sucesos bélicos

5. Esclavitud

6. Otras brutalidades

7. Enfermedades

8. Costumbres sexuales. Prostitución, homosexualidad y adulterios

9. Tradiciones sexuales. Escatología

México Virreinal Siglo XVI:

1. Encomiendas y tributos

2. Esclavitud

3. Otros crímenes contra los indios

4. Delitos y pecados del clero

5. Fanatismo religioso

6. Herejías

7. Torturas y otras brutalidades

8. Erotismo, prostitución, homosexualidad y adulterio

9. Naufragios y accidentes

10. Enfermedades

Siglo XVII:

1. Rebeliones y motines, corrupción y justicia

2. Sucesos bélicos

3. Torturas y otras brutalidades de blancos y mestizos

4. Torturas y otras brutalidades de indios

5. Delitos y pecados del clero

6. Fanatismo religioso

7. Erotismo, lujuria y homosexualidad

8. Accidentes cruentos y enfermedades

Siglo XVIII:

1. Rebeliones y otros delitos. Ejecuciones y justicia oficial

2. Salvajismo en la conquista del noroeste

3. Costumbres insólitas de los indios del noroeste

4. Delitos, pecados y fanatismo del clero

5. Erotismo, pudor y lujuria. Homosexualidad y lesbianismo

6. Accidentes cruentos

7. Enfermedades, violencia y milagros

Siglo XIX

Conquista:

COSTUMBRES SEXUALES. PROSTITUCIÓN, HOMOSEXUALIDAD Y ADULTERIOS.

El capellán Juan Díaz, durante la expedición de Grijalva en 1518, informa que en San Juan de Ulúa, en Veracruz, "es de saberse que todos los indios están circuncisos, por donde se sospecha que cerca de allí se encuentran moros y judíos". Para hacer esta afirmación tan arriesgada como sugerente –tanto en lo cultural como en lo anatómico-, sin comprometerse, el capellán la pone en boca de su comandante.

Bernal Díaz del Castillo, por su parte, también en tierras veracruzanas escribe que, en Cempoala, el llamado Cacique Gordo les declaró que como "éramos ya sus amigos, nos querían tener por hermanos, y que sería bien que tomásemos a sus hijas y parientes para hacer generación". Y al efecto les dio a los españoles ocho hijas de señores principales, una de ellas su sobrina; Cortés las recibió "con alegre semblante", pero aunque mostró su agradecimiento, puso como requisito que dejaran sus creencias religiosas "y que aquellas mujeres se volverán cristianas primero que las recibamos".

La misma condición puso el capitán conquistador a las mujeres recibidas en Tlaxcala: "Tenían concertado entre todos los caciques darnos a sus hijas y sobrinas, las más hermosas que tenían, que fuesen doncellas por casar".

Bernal conoció y trató a Moctezuma, pues varias veces fue parte de la guardia que le puso Cortés al rey azteca. Dice que era risueño ("y en todo era muy regocijado en su hablar de gran señor"). Tenía muchas mujeres por concubinas, hijas de señores principales, amén de que dos grandes "cacicas" eran sus legítimas mujeres.

Confiesa que como en aquel tiempo él era "mancebo", siempre que pasaba delante del monarca, con gran acato se quitaba su "bonete de armas", y ya le había dicho al paje Ortega (jovencito español al servicio del emperador azteca, que para entonces ya hablaba el náhuatl) que le quería pedir a Moctezuma "que me hiciese merced de una india muy hermosa, y como lo supo, me mandó llamar y me dijo: os mandaré dar hoy una buena moza; tratadla muy bien, que es hija de hombre principal; y también os darán oro y mantas". Discreto, Bernal nada dice del desenlace de este asunto.

Otro aspecto que más de una vez alude y critica este cronista, es el referido a los homosexuales o "sométicos" entre la población indígena; dice que lo eran, en especial, los que vivían en las costas y en tierra caliente, "de tanta manera, que andaban vestidos en hábito de mujeres muchachos para ganar en aquel diabólico y abominable oficio".

Algunos aspectos de la vida familiar de Moctezuma y del palacio en que vivió, son relatados por Oviedo. Dice que el padre de ese emperador azteca tuvo más de 150 hijos y que a muchos de ellos los mató; a sus propias las hermanas las casó "con quien le pareció" y él mismo tuvo cincuenta hijos o más. Llegó a tener algunas veces hasta cincuenta mujeres embarazadas, "y las más de ellas mataban a las criaturas en el cuerpo, porque dicen que así se lo mandaba el diablo".

Aunque la historia siempre arrastra algunas mentiras, parece que ciertos aspectos del asunto de las esposas de Moctezuma eran verdaderos; no sabemos si lo es éste que proporciona Solís: "El número de sus concubinas era exorbitante y escandaloso; habitaban dentro de su palacio más de tres mil mujeres entre amas y criadas, y venían al examen de su antojo cuantas nacían con alguna hermosura en sus dominios, porque sus ministros ejecutores las recogían a manera de tributo y vasallaje".

"Deshacíase de este género de mujeres con facilidad, poniéndolas en estado para que ocupasen otras su lugar; y hallaba maridos entre la gente de mayor calidad, porque salían ricas y, a su parecer, condecoradas".

Nuño de Guzmán escribe que en Jalisco, en cierta batalla, "peleó un hombre indígena con hábito de mujer" y luego "confesó que desde chiquito lo había acostumbrado y ganaba su vida con los hombres al oficio, por donde mandé que fuese quemado y así lo fue."

Guzmán acusó a un intérprete de ser "compañero de sodomías" del rey purépecha y, muerto éste último, se llevó a 25 mujeres que fueron suyas, junto con las joyas que poseían. Los inhumanos excesos de Guzmán en Pánuco, en Michoacán y en occidente obviamente eran justificados por él. Esgrimía como argumentos la necesidad de pacificar las nuevas tierras conquistadas ante la ferocidad de los indígenas, su religión pagana y su afición por los sacrificios humanos y la antropofagia. Decía, por ejemplo: "Se han muerto por los indios cincuenta españoles, cuatro de ellos desollados los cueros y a otros cortados pies y manos y sacados los ojos". El obispo Julián Garcés también abogaba a su favor: "Debemos proseguir tan santa empresa sin escrúpulo de conciencia, pues los tales infieles son idólatras sacrificadores de carnes humanas y abominables de vicios contra natura"; estimaba que la guerra era una manera de que "la tierra se purgue de esta gente inútil." Aquel siniestro personaje, cuando fue gobernador de Pánuco, no permitió a los españoles tener concubinas indígenas. No obstante, cuando era presidente de la Audiencia de México, fueron denunciados los oidores por el cacique de Tlatelolco porque le pedían mujeres parientas "que fuesen de buen gesto"; Guzmán ordenó ahorcar al tlatelolca acusador. Los oidores "se andaban en banquetes y tratando en amores" y jugaban fuerte de apuesta. Nuño fue, al parecer, amante de la esposa de un oficial real, Catalina de Peñaloza; "anda perdido" por ella, ofrecía fiestas "por regocijar a su amiga" y como "la perdición de este oidor y la locura de ella no tienen par, ni se podría escribir la disolución y desvergüenza de éstos"; para tranquilizar al marido, Guzmán le regaló una encomienda.

Peláez de Berrio, cercano a Nuño, apresuró su salida a Oaxaca por un escándalo suscitado en Texcoco. Allí había una casa para que los españoles "depositaran" a sus mujeres, cuando debían ausentarse largas temporadas; también se recibían indígenas de familias principales.

Algunas versiones hablan de que era una especie de convento de monjas, otras tachan al lugar de "burdel" encubierto ("antes es putería de frailes y mancebas que monasterio"), pues "muchas de las indias que estaban en dicha casa se iban al mesón del pueblo con quien las quería a trueque de mantas y de lo que les pagaban por ir a cumplir con los españoles y aun con los indios". Al paso del tiempo, algunas quedaban "preñadas y parían allí". Otro oidor acusó a ciertos frailes franciscanos de "tener por concubinas a las indias enclaustradas".

De semejante lugar, Peláez sustrajo a dos quinceañeras: Luisa, una cubana, y la india Inesica, y se las llevó a Oaxaca, "donde las tuvo y ha tenido por mancebas públicas, durmiendo con ellas carnalmente". Al paso de un par de años, la primera fue abandonada por el alcalde y "empezaría a desvariar. Comía tierra y carroña para apresurar el fin de su vida", lo que logró cabalmente.

De paso, en el documentado libro sobre Peláez, nos enteramos de que Hernán Cortés había tenido en Cuba "relaciones íntimas" con una Marina de Triana; años después, su madre declararía que también a ella la quiso seducir y lo recriminó: "¡Cómo!, ¿no sois cristiano, habiendos vos echado con mi hija queréis echaros conmigo?"

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El sabor de las grandes ocasiones; Landucci, 2004.

DÍA DE LA CANDELARIA

La fecha del 2 de febrero.

Después del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, su santa madre cumple el 2 de febrero, 40 días de haber alumbrado. Al cabo de esa cuarentena, la esposa de José culmina un ciclo ritual: por ello, en esa fecha se celebra la Purificación de la Virgen María. En adición, también se conmemora la presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén.

Ambas festividades se efectúan en esa ciudad y fecha desde el siglo IV, extendiéndose con posterioridad al Medio Oriente. Después, en su llegada a Roma, a la fiesta se le agregan letanías, o sea procesiones con cánticos. Hacia la novena centuria, a la celebración se adiciona el rito de la Bendición de las Candelas, de allí la designación del Día de la Candelaria. A la Nueva España llega desde el comienzo de la Colonia.

Llama la atención que, al igual que el 6 de enero, el 2 de febrero tenga correlaciones precristianas, "quizá de origen moro". En pueblos centroeuropeos y nórdicos se celebraba en ese día a la fertilidad.

La hija de santa Ana y de san Joaquín tiene numerosos festejos calendáricos, empezando por la Purificación de la Virgen el día que nos ocupa. De acuerdo con el Levítico de la Biblia, las mujeres completaban su purificación 40 días después del parto; entonces, en el templo, ofrecían en sacrificio un cordero y un pichón o una tórtola. (Destacan asimismo como fiestas marianas el 15 de agosto, Día de la Asunción, y el 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción).

El ciclo de las fiestas navideñas

Se puede apreciar que existe un complejo de festividades vinculadas al nacimiento de Jesús: se inicia con las posadas y la instalación del nacimiento o belén, entre el 16 y el 24 de diciembre; sigue con la Natividad el 25 de diciembre, continúa con la adoración de los Santos Reyes el 6 de enero y culmina el 2 de febrero con la Purificación de María.

En algunos lugares del país, como en el centro del estado de Veracruz, los niños se hacen compadres o comadres porque uno acepte "acostar" al Niño-Dios del nacimiento del otro, lo que tiene lugar durante la posada organizada por el anfitrión; el compromiso concluye con el "levantamiento" del niño Jesús el 2 de febrero, quitándose en esa fecha el nacimiento. En otros lugares, como en la ciudad de México, se establece el compadrazgo también entre adultos y con frecuencia se hace con el invitado que saque el muñeco en la Rosca de Reyes.

El compadre o la comadre –y a veces en pareja-, debe "vestir" al niño, para lo cual compra el atuendo en algún mercado o lo manda hacer exprofeso (recuérdese que muchas mujeres dejan saber por medio de anuncios en las puertas de sus casas, que "Se visten Niños-Dios"). Como sea que se adquieran, hay indumentarias para escoger, según la devoción del padrino: de Santo Niño de Atocha, con todo y sombrero; de San Francisquito, con el hábito café; de Juan Dieguito, ahora mucho más frecuente con la canonización del indio del Tepeyac; y otras vestimentas tan variadas como los padrinos deseen. A ellos corresponde también llevar a su ahijado a misa y a bendecirlo.

Las tamaladas del Día de la Candelaria

Invitadas por aquellos a quienes tocó muñeco en la Rosca de Reyes, las tamaladas son meriendas obligadas el 2 de febrero. Su acompañamiento líquido más idóneo son los atoles y a veces se sirve chocolate.

Muy interesante es que se acostumbre comer tamales este día, pues se trata del alimento ritual prehispánico más usual, el más frecuente en las ofrendas a los dioses del vasto panteón azteca, a lo largo de todos los 18 meses de su calendario anual. Profundo sincretismo vincula a la Purificación de María con el pan de maíz de los indios.

A principios del tercer milenio, las tamaleras conservan toda una liturgia para la preparación del ancestral alimento (aunque el mestizaje le agregó, enriqueciéndolo, la manteca de cerdo). Para el cocimiento, primero se persignan, luego hacen la señal de la cruz ante el bote de los tamales, a manera de bendición. Quizá es una reminiscencia de la Purificación de la Virgen la costumbre de las tamaleras de no hacer tamales cuando están menstruando.

En el centro del país, los tamales más usuales son los verdes, con salsa de tomate de cáscara y carne de puerco; los de mole, con pollo; y los de dulce, de color rosado y con pasitas. Todos ellos se envuelven en hojas de mazorca de maíz. También se acostumbran los tamales de rajas de chile cuaresmeño o jalapeño, con queso.

Dentro de los innumerables sabores de atoles, resaltemos que el atole de chocolate es preparado con leche, en tanto que el champurrado, que siempre es de chocolate, lo hacen con agua, ambos con masa de maíz. El chocolate que no es atole no lleva esta última.

Pocos alimentos tienen variantes regionales tan diversas como los tamales, empezando por las hojas que se usan para envolverlos: desde las de mazorca y las de la misma planta del maíz, hasta las de plátano y las de papatla. Más allá de su carácter festivo, los tamales van desde los zacahuiles gigantes de la Huasteca, los mucbipollos yucatecos, los tamales "barbones" de camarón, de Sinaloa, y los de iguana colimenses, hasta los de mejillones, de la costa oaxaqueña, los de pescado, hacia el Istmo, y los de elote dulce con salsa de chiles secos y carne de puerco, en la Jalapa veracruzana.

Concluyamos recordando que hasta principios del siglo XX, cuando aún subsistía buena parte del lago de Texcoco, se hacía pato silvestre en pipián verde, el dos de la Candelaria.

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Anecdotario de forasteros en México, t. II; Conaculta, 2009.

Introducción

Cuando un mexicano viaja al extranjero, de alguna manera comienza a descubrir a su propio país. Quizás por contraste, surgen en su mente las cualidades de México, desde el carácter amable de nuestro pueblo hasta las extraordinarias bellezas naturales. Desde luego, también destacan a lo lejos los defectos. Y no es que no conozcamos nuestras características desde antes de viajar sino que se evidencian al hacerlo.

En un fenómeno parecido –por surgir también de la comparación– cuando nos visitan extranjeros generalmente su asombro lo provocan aspectos que para nosotros son cotidianos. Valgan como ejemplo los panes de muerto, las calaveritas de azúcar con nuestro propio nombre en la frente y los ataúdes y esqueletos como juguetes para los niños; ante todo ello, los forasteros, sobre todo los anglosajones, se pasman y desconciertan.

Por eso hay una diferencia fundamental entre los textos de los viajeros mexicanos acerca de su propio país y los escritos por extranjeros, ya que éstos destacan y nos hacen reflexionar sobre el perfil prototípico del mexicano, aquello que nos distingue de los demás pueblos.

Esta investigación es un trabajo básicamente histórico, aunque también podríamos designarla como periodismo del pasado, ya que busca lo noticioso y lo llamativo en los textos que sobre México escribieron sus visitantes forasteros a lo largo de cinco siglos.

El propósito de esta obra es solazar al lector, mantener su atención a través de esos testimonios extraordinarios o anecdóticos que hallamos espulgando los textos de tales viajeros. Veamos el resultado en algunos ejemplos.

Dentro de los libros correspondientes al siglo XVI, aparecen noticias relativas al México prehispánico tan sorprendentes como éstas: diversidad de sacrificios humanos para honrar a los dioses: niños ahogados en la laguna, mujeres degolladas, prisioneros asaetados, otros desollados y "vestían sus cueros para bailar", autosacrificios cruentos en lenguas, orejas y "miembro genital"; adúlteros apedreados y ahorcados, pena de muerte por el "pecado contra natura" y por violaciones e incestos, novicios apaleados por romper el voto de castidad, traidores destazados; antropofagia en crudo, "sin cocer ni asar las carnes"; "delitos nefandos de Sodoma"; carne humana de indios para alimentar perros españoles; culto fálico en Cancún.

Otras informaciones, ahora referentes al siglo XVI, llaman la atención: exportación de 15 mil indios huastecos a las Antillas, como esclavos para plantaciones; muerte con perros y hoguera a los sacerdotes indios que practicaran sacrificios humanos; otro castigo menor, el corte de orejas; tamemes cargadores de hombres en hamaca; homosexuales españoles torturados para confesar su pecado; ingestión de bebidas embriagantes por vía anal; colibríes invernando; puma nadador; sabrosos manatíes; cacería multitudinaria con miles de indios batidores cercando cerros enteros; zopilotes comiendo un indio moribundo; cecina de pato; mareas en la laguna de Texcoco; flagelaciones contra la tentación en los conventos y hasta 20 mil penitentes azotándose en semana santa; niños indios linchando a un borracho; grillos y colleras para encadenar marinos insubordinados y otros castigos contra los blasfemos; curas codiciosos, deshonestos, jugadores, amancebados, pendencieros; matanza de reses para aprovechar sólo la piel, tirando la carne; Cervantes pidiendo al rey un empleo en México; dos millones de indios muertos en 1576.

De los textos correspondientes al siglo XVII, destaquemos estos datos llamativos: arte plumaria; cultivo de grana cochinilla; los mil usos del maguey; mortificación de los cinco sentidos en los conventos: asquerosos y escatológicos olores contra el olfato, ayuno y sabores desagradables contra el gusto, párpados lastimados contra la vista, coros sin alardes para el oído y sobre todo tormentos contra el deseo sexual, con numerosos instrumentos para ello, hasta sangrar en abundancia; llagas con gruesos gusanos, por los flagelos; chupar heridas purulentas de otros y comer flemas ajenas, como penitencia; monjas defendiéndose contra los ataques sexuales de Satanás; pelícanos piadosos; navío arrastrado por mantarraya gigante; anguilas en el río Bravo.

Para el siglo XVIII podríamos presentar estas noticias poco usuales: perros de carga en el norte del país; comunismo primitivo en Baja California; la doble ingestión de la pitahaya: fresca y las semillas ya digeridas una primera vez; bocados de carne atados a un cordel, comidos varias veces cada uno; tripas de tortuga como cantimploras; aseo personal con orines; poligamia, intercambio de esposas y partos solitarios; hacienda con 130 mil borregos; "abrir vivas a las mujeres encintas"; perdices "que se cogen a mano después del primer vuelo"; bolas de plata virgen, alguna de casi dos toneladas; la ciudad de México, "cloaca general del universo y albergue de malhechores"; "todo es corrupción, estafa y latrocinio"; garitos en casas de curas; 637 coches en la capital; renta de nodrizas; gitanos lascivos; Simón Bolívar en México, a los 15 años de edad.

En el siglo XIX continúa la información curiosa y a veces mucho más que eso: sentencia de muerte al azar; lagartija domesticada por un reo; estadunidense en el ejército insurgente de Morelos; castrados y desollados en la guerra de Independencia y otros cosidos a una piel de res recién muerta; Acapulco, "villorío de mala muerte"; el padre de los Lerdo de Tejada, comerciante mayorista; recuas con cinco mil mulas de carga; las oaxaqueñas, "rezadoras y jugadoras"; cerca de mil colonos franceses, estafados y abandonados a su suerte en Coatzacoalcos; muchos vinieron con sus amantes; más temibles los mosquitos que las fieras de la selva; recompensas de 100 dólares por cabellera de apache, en Chihuahua; nido con cientos de víboras de cascabel; excelente fonda italiana en Zacatecas; barcos balleneros en el golfo de California; mil obreras en una fábrica de cigarros tapatía; el cinismo e hipocresía del expansionista presidente Polk; corrupción en el ministerio de guerra de Estados Unidos y senadores ebrios en plena sesión; Karl Marx analizando el comunismo entre los aztecas; también indios mayas comunistas; lengua de iguana macho contra la rabia; velorio a una enferma, hasta que murió.

De las obras de extranjeros en México en el siglo XX hemos entresacado estos datos singulares: limosneras descalzas afuera de lujosas joyerías (dramática paradoja que en pleno siglo XXI continúa); la drogadicción en la cárcel de Lecumberri y los asesinatos por encargo; el Che Guevara casa en México y aquí nace su hija, en "el país de las mordidas"; él mismo, médico en el Hospital General y fotógrafo en Chapultepec; Fidel Castro preparando la revolución cubana desde nuestro país; el nombre de su barco Granma, comprado en Tuxpan a un norteamericano, en honor a la abuela del vendedor; la isla Clipperton a 1300 k de Acapulco, mexicana hasta 1934; Fellini y su irrealizable película "Viaje a Tulum"; mariachis de Garibaldi en sepelios; un guerrillero guatemalteco trabajando en la Presidencia de México; otros, escondidos en Comitán; similitudes entre México, Irlanda y Polonia; la rebelión neozapatista en Chiapas.

Ya del incipiente siglo XXI se incluyen diez libros en esta investigación; entre otras cosas, se trata de la cálida terapia del tequila; la vía mexicana para la cocaína colombiana y los nuevos métodos de envío.

Los viajeros extranjeros que han visitado México nos han visto a través de toda la gama de colores que hay en la lente. Sus puntos de vista reflejan desde el más diáfano blanco hasta el negro más impenetrable. Digámoslo con la agudeza de Andrés Henestrosa: "Todos los viajeros, así el que niega como el que afirma, el que atina como el que yerra, han contribuido con sus luces y con sus sombras a crear la imagen de México, a hacerle su mitología y su historia."

Sobre el mismo tema, José Rogelio Álvarez también justiprecia los diversos enfoques que ha habido sobre nuestro país: "El viajero extranjero registra especialmente lo que no hay en su país, lo extraño, si de veras conoce lo propio y es objetivo; lo que juzga superior o inferior a lo que ha visto, si se remite a una tabla de valores; lo que supone de antemano que va a encontrar y su admiración o decepción una vez que le consta; pero, a menudo, solamente encuentra lo que quiere ver, porque anticipa a la opinión un prejuicio [...] Queda México instalado en una casa de espejos planos, cóncavos y convexos, parcialmente iluminado por los destellos variables de una lámpara centelleante, útil, sin embargo, para advertir que la luz natural es otra".

Por razones lógicas derivadas del férreo control colonial, en los primeros tres siglos posteriores al descubrimiento de América predominaron los viajeros españoles. A partir de la consumación de la Independencia, en 1821, se abrieron las puertas económicas y diplomáticas a otras naciones.

Muchos cientos de extranjeros que dejaron sobre el papel sus observaciones acerca de nuestro país tuvieron los más diferentes motivos para visitarnos. Valga enumerar los oficios, ocupaciones o quehaceres de algunos de ellos: conquistadores y cronistas, misioneros y virreyes, científicos y mineros, diplomáticos y espías, militares y marinos, hombres de letras y colonizadores, aristócratas e invasores, ingenieros y naturalistas, litógrafos y cortesanos, comerciantes y médicos, artistas y políticos, novelistas y fotógrafos, orfebres y guerrilleros, aventureros y periodistas. Escribieron en los más diversos formatos (como hoy se diría): cartas, memorias, informes, historias, diarios, crónicas, reportajes, estudios, ensayos, entrevistas y libros en forma. Además, en los trabajos del centenar de escritores, ocasionales o profesionales, incluidos en este libro, encontramos cinco poesías de diversa extensión (entre ellas la del Nóbel Heaney); tres piezas para teatro, destacando una particularmente divertida de Leonora Carrington -más conocida por su pintura-. Diecinueve viajeros hablan de México a través de novelas o cuentos. Diez más escribieron acerca de la rebelión en Chiapas, a partir de 1994.

Los 100 autores incluidos en este tomo no son todos, de modo necesario, los más conocidos de cada época, aunque buena parte de ellos sí lo sea. Aparecen figuras connotadas como Simón Bolívar (quien vino a finales del siglo XVIII), Álvaro Mutis, el Che Guevara y Fidel Castro, Federico Fellini, Augusto Monterroso, John Womack, Manuel Vázquez Montalbán, Joaquín Sabina y Mario Vargas Llosa.

Es probable que siete de los 100 autores nunca hayan venido a nuestro país, pero nos tomamos la libertad de incorporarlos por las referencias interesantes sobre México que tienen en sus escritos. Tal es el caso de Miguel de Cervantes Saavedra, del presidente Polk de los Estados Unidos y de Karl Marx.

Destacan algunas cifras sobre los forasteros incluidos en este libro (ver cuadros anexos I a IV). Hay 28 españoles, 20 franceses, 12 estadunidenses, cinco cubanos, cuatro italianos, tres ingleses, tres argentinos, dos alemanes, dos holandeses, dos rusos, dos dominicanos, dos uruguayos, dos guatemaltecos, dos nicaragüenses y sendos viajeros / autores de Checoslovaquia, Irlanda del Norte, Dinamarca, Marruecos, Brasil, Colombia, Chile, Perú, Venezuela, Costa Rica y Honduras. Como se observa, los 100 viajeros corresponden a 25 países (considerando a Irlanda del Norte como tal, aunque depende de la Gran Bretaña).

La distribución por siglo resulta de la siguiente manera: siete forasteros son del siglo XVI, dos del XVII, ocho del XVIII, 17 del XIX, 56 del siglo XX y 10 publicaron sus libros ya en este siglo XXI.

Estos números, lejos de ser desproporcionados, reflejan las condicionantes de los flujos viajeros en las cinco centurias: hermetismo y xenofobia durante el Virreinato, apertura nacional en el siglo XIX y las facilidades de transportación en el XX y XXI.

De las 100 personas, 14 son mujeres y 86 hombres. No he querido apabullar al lector con cientos de citas a pie de página (quizá cerca de mil), cifra no exagerada, como se verá. A los investigadores se ofrece aquí la bibliografía con los detalles de cada uno de los libros de los 100 autores reseñados en este tomo y nos permitimos remitirlos asimismo a los tomos I y IV de mi obra Anecdotario de viajeros extranjeros en México (FCE), donde se publicó otra bibliografía con 1921 fichas de libros de viajeros en México que constituye un reto para subsecuentes volúmenes de este trabajo y puede ser también material de consulta interesante para otro tipo de indagaciones. También mis Atisbos forasteros a la historia de México (Xalapa, IVEC, 2003) y el Anecdotario de forasteros en México, tomo I (Conaculta, 2001), tienen mayor información al respecto.

Estos anecdotarios pueden leerse de manera independiente uno de otro; no hay entre ellos una secuencia determinada. Cada uno está integrado con viajeros representativos del total, en cuanto al número de ellos por siglo, por nacionalidad, por sexo y por quehacer o profesión del autor. El resultado es que cada tomo tiene una cierta visión de conjunto acerca de la historia de México.

Permítasenos insistir en una última reflexión. ¿Por qué nos hemos concentrado para esta investigación en los extranjeros? ¿Cómo es que consideramos este trabajo profundamente nacionalista? Las respuestas las englobamos en este concepto: así como un país sólo existe como tal en tanto que hay otras naciones fronterizas que lo delimitan, asimismo lo que precisa el perfil de un pueblo es la existencia de otros pueblos que sean diferentes.

El autoconocimiento de los mexicanos es susceptible de ahondarse no sólo por la introspección en los elementos que constituyen nuestra identidad, sino que puede llegarse a una autognosis más acabada si nos proponemos saber cómo nos ven los otros; en este caso, cómo nos ven los viajeros pertenecientes a otras comunidades culturales.

Dicho sin ninguna ficción retórica: uno no puede saber cuál es su semblante espiritual si no fuera por la refracción que los otros nos entregan de cuanto somos. Los demás son el espejo mediante el cual vemos mejor nuestra fisonomía. Nada hay más abstracto que el hombre concebido en soledad.

Cada viajero oriundo de una cultura distinta ve con ojos de azoro muchos de los rasgos de nuestra cultura, que para nosotros son naturales. Tanto las cualidades positivas como las negativas, esas que pasan inadvertidas para nosotros, el extranjero las nota desde luego y, al relatarlas en sus escritos, aporta una considerable riqueza cognoscitiva a nuestra esencialidad como mexicanos. Por eso, los "otros" son a menudo un más diáfano espejo en el que podemos vernos, con mayor precisión que como solemos hacerlo cuando intentamos alguna auscultación dentro de nuestra más recóndita intimidad.

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El mercado de San Juan; Landucci, 2005.

Capítulo 1, Los mercados en la historia de México

Mercados prehispánicos:

Numerosos vestigios arqueológicos han demostrado que los olmecas no estuvieron confinados a los litorales del Golfo de México, como antes se creía, sino que llegaron a lugares mucho más distantes, en el centro del actual territorio nacional. Lo que sí es cierto es que estos contactos constituyen los primeros intercambios comerciales de la época prehispánica.

Más tarde dos culturas establecidas –los teotihuacanos y los mayas– llevan a la práctica relaciones formales de comercio, en sus respectivos ámbitos territoriales y temporales. También gracias a la arqueología se ha podido comprobar cómo desde el siglo IV d.C. los mercaderes mayas llevaban cerámica, cacao, algodón, pieles y plumas, entre otros productos, hasta apartadas regiones de la costa del Golfo.

Desde luego, la mayor información sobre el comercio precolombino en México es la que corresponde a los aztecas. La historia de este pueblo se divide en dos periodos: el que se inicia en 1325 con la fundación de Tenochtitlan y que termina en 1428 con el triunfo de la Triple Alianza (Tenochtitlan – Texcoco –Tlacopan) sobre los tepanecos de Azcapotzalco, y el que arranca de ese año para concluir con la conquista de los españoles en 1521.

Durante el primer periodo la influencia de los aztecas en materia militar y política, que más tarde los distinguiría entre los pueblos del altiplano, aún no existía. Su rudimentaria economía se basaba en la recolección de raíces, hierbas y animales propios de la región lacustre: peces, ranas, ajolotes, acociles (camarones miniatura), moscos y sus huevas (ahuaucles), gusanos y una gran variedad de aves acuáticas. Como el islote que ocupaba Tenochtitlan era considerablemente pequeño, no había una agricultura importante, por lo que los habitantes de esa metrópoli tuvieron que ingeniárselas para subsistir; así surgieron chinampas, tierras de laborío flotantes que permitían extender los cultivos. En este periodo se inició el comercio azteca como una necesidad, intercambiando los productos recolectados por otras mercancías propias de los pueblos ribereños. Los artículos que más necesitaban, por no haberlos en su isla, eran los materiales de construcción como madera y piedra, además de otros productos en los que los aztecas no eran autosuficientes. Tezozómoc relata que cuando los aztecas tuvieron un conflicto con los tepanecas de Azcapotzalco, éstos señalaban: "Veamos de dónde les vendrá la leña que allá queman y las legumbres que van de nuestra tierra para México – Tenochtitlan, con que se sustentan".

El segundo período, comprendido como ya dijimos entre 1428 y 1521, es el del creciente poderío militar y político de los aztecas; es entonces cuando se inicia y se desarrolla lo que podríamos llamar el comercio exterior mexica, además de que evolucionaron las labores agrícolas. Diversos códices demuestran que con el siglo XV empezaron los mercaderes aztecas a traer a su capital desde remotas tierras valiosos productos como el jade, el algodón, el cacao y los metales preciosos, entre muchos más. Consecuentemente se formaron clanes de comerciantes, por lo general vinculados entre sí por lazos familiares. Las clases sociales más elevadas de ese pueblo –nobles, que a su vez eran el alto mando militar, y sacerdotes– demandaron cada vez más productos "de importación" y así se fomentó e impulsó el intercambio comercial. El oficio de los comerciantes iba a lograr un insospechado desarrollo.

La plaza principal de México, que casi corresponde a la actual, se trazó en la época de Moctezuma Ilhuicamina y en ella se estableció el mercado de la ciudad. Conforme fue creciendo el imperio azteca, ese mercado resultó insuficiente, pues su único acceso acuático para introducir mercancías que venían de fuera de la isla era una acequia o canal, ya que la plaza mayor no era ribereña. Cuando los aztecas dominaron Tlatelolco, construyeron allí el mercado principal, que contaba con facilidades de comunicación a través de La Lagunilla, especie de caleta o pequeña bahía, en la cual cabían varios miles de canoas. El mercado de México continuó operando a un nivel menor, a la par que otros mercados secundarios.

Las ventajas, que hoy llamaríamos logísticas, del mercado de Tlatelolco eran muchas ya que además del acceso por La Lagunilla había numerosas acequias y calzadas que llevaban a Tepeyac, a Tenayuca y a Tacuba. El comercio en Tlatelolco tenía una larga tradición, que se remontaba a fines del siglo XIV y la mayoría de los comerciantes estaban establecidos allí. Ya para entonces empezaban a surgir diversos gremios, de acuerdo a la especialidad de los mercaderes.

Por otra parte, también había mercados especializados en ciertos productos, como el de sal en el barrio de Atenantitlan y los de esclavos en Azcapotzalco y en Iztocan.

Los comerciantes del imperio azteca eran de dos clases: los pochtecas, que desempeñaban un intenso "comercio exterior" y vivían en barrios privilegiados, con dioses específicos y características culturales muy propias, y los tlanamacac o vendedores de los mercados.

Los mercaderes acostumbraban realizar algunos sacrificios a sus dioses, y otros que se infligían a sí mismos, como el que efectuaban frente a sus bastones de mando. El formidable investigador franciscano del siglo XVI fray Bernardino de Sahagún lo explica con lujo de detalles:

"Derramaban sangre delante de ellos, de las orejas o de la lengua, o de las piernas, o de los brazos, y ofrecían copal, hacían fuego y quemábanle delante de los báculos, los cuales tenían por imagen del mismo dios y en ellos honraban al dios Yiacatecutli. Con esto le suplicaban que los amparase de todo peligro".

Pero mucho más impresionante es la ofrenda de vidas que hacían los pochtecas:

"Estos mercaderes, después que venían prósperos de las tierras donde habían andado, como tenían caudal compraban esclavos y esclavas para ofrecerlos a su dios..., sacrificándolos en su presencia, vestidos con los ornamentos de aquel dios, como si fuera su imagen". Es importante destacar que el sentimiento religioso no era privativo de los pochtecas, sino que los propios esclavos aceptaban su destino no sólo con resignación, sino a veces hasta con alegría.

Antes del cruento clímax de la ceremonia del sacrificio, los mercaderes ofrecían un banquete y el ágape solía terminar con una especie de representación teatral.

Por su parte, el famoso franciscano Motolinía abunda sobre el tema, enterándonos de otra fiesta que hacían los mercaderes aztecas:

"Vestían una mujer con las insignias de la diosa de la sal, y así vestida bailaba toda la noche, y a la mañana u hora de las nueve sacrificábanla a la misma diosa. En este día echaban mucho de aquel incienso en los braseros."

Pero no todo eran rituales en torno a la actividad comercial. Había, por ejemplo, medidas concretas tendientes a regular la vida económica de los mercados y sólo a través de ellos podían realizarse las operaciones de compraventa; de esa manera se halagaba a la deidad tutelar y, sobre todo, se evitaba la evasión fiscal. De aquí que los principales interesados en conservar esas normas fueran los sacerdotes, por las ofrendas, y las autoridades civiles, por los tributos.

Hoy en día, en pleno siglo XXI, casi todos los mercados tienen un altar con una imagen de la Virgen o de Jesucristo; esa religiosidad tiene viejas raíces que rebasan la tradición católica. Escuchemos a fray Diego Durán:

"Los mercados en esta tierra eran todos cerrados por unos paredones y siempre fronteros de los dioses y en el pueblo que celebraba el tianguis; aquel día tenían como fiesta principal y así en aquel momoztli donde estaba el ídolo del tianguis ofrecían mazorcas de maíz, ají, tomatl, fruta y otras legumbres y semillas y pan, de todo lo que se vendía en el tianguis; unos dicen que se quedaba allí y que se perdía, otros dicen que no, sino que se recogía para los sacerdotes y ministros de los templos".

El gobierno mexica era un cuidadoso protector de los derechos del consumidor, de acuerdo al Códice Florentino: "El Tlatoani tenía cuidado de gobernar el mercado y todas las mercancías por [el bien] … de toda la gente de los pueblos, de los huérfanos, de los pobres, para que no fuesen burlados, para que no pasasen trabajos, para que no fuesen tenidos en menos. Y lo que se compraba y lo que se vendía aparte. Cada mercancía [estaba colocada] de dos en dos, de tres en tres, no revuelta. Se elegía a los supervisores del mercado, que tenían mucho cuidado, que gobernaban el mercado, todas las mercancías...

Los supervisores tenían cuidado de cada cosa. Su cargo era que ninguno engañara, la manera en que se ponían los precios, la manera en que eran vendidas las mercancías". Justo frente al mercado, los pochtecas de Tlatelolco tenían un tecpan o palacio, donde se administraba el comercio y se impartía la justicia. Un consejo de cinco jueces regía el tianguis, fijaba precios a las mercancías y sostenía un cuerpo de alguaciles para vigilar el orden y la justa aplicación de los precios, pesas y medidas.

Hoy, como ayer, los tianguis son verdaderas fiestas y el interés de los concurrentes –vendedores y compradores– rebasa el mero comercio. Al respecto hay que escuchar al cronista Durán:

"Son los mercados tan apetitosos y amables a esta nación, y de tanta fruición, que acude a ellos en especial a las ferias señaladas, gran curso de gente como a todos es manifiesto. Paréceme que si a una india tianguera, hecha a cursar los mercados le dicen: Mira, hoy es tianguis en tal parte, cual escogerás más, irte desde aquí al cielo o ir al mercado, sospecho que diría: déjame primero ver el mercado que luego iré al cielo y se holgaría de perder aquel rato de gloria por ir al tianguis y andarse por él paseándose de aquí para allí sin utilidad ni provecho ninguno, sólo por quedar satisfecho su apetito y golosina de ver el tianguis".

Acerca de la increíble variedad de mercancía que se conseguía en los mercados prehispánicos, sobre todo el de Tlatelolco, la fuente obligada es Sahagún: desde "pellejos de animales exquisitos y preciosos", hasta oro y plata, piedras preciosas, "plumas ricas", cacao, especias aromáticas y ropas comunes o muy finas, para todos los bolsillos. Desde luego no podían faltar los alimentos preparados: "La que es oficial de hacer tamales, o los compra para venderlos, suele vender tamales de cualquier manera y género, ora sean de pescado o de ranas o de gallinas, o de otra cualquier manera", como carne de perro itzcuintli. También vendían pipián, chilmole y barbacoa ("carne asada debajo de la tierra").

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Charlas de café con Agustín de Iturbide, Grijalbo, 2009.

Valladolid, Michoacán, 30 de septiembre de 1810

Quizá por curioso -me quedo corto, hasta metiche-, en cuanto supe que acababa de abrir el Diario de México me propuse conseguir trabajo allí. También fue por mi interés en la política, en los problemas de la gente y –por qué no reconocerlo, aquí en privado- asimismo por mi simpatía hacia la posibilidad de que los mexicanos seamos gobernados por nosotros mismos.

Desde muy niño devoraba las gacetillas que esporádicamente se publican para divulgar las noticias novohispanas, hojas sueltas sin ninguna periodicidad que lo mismo tratan de asuntos políticos –hasta donde las autoridades virreinales lo permiten- que de sucesos relevantes de otra índole, como el increible crecimiento de la producción de plata en la mina de la Valenciana de Guanajuato, por el descubrimiento de una nueva veta que la volvió a hacer la más rica del mundo; o el devastador terremoto que asoló a Oaxaca provocando una grave inundación en la baja Mixteca, por el rompimiento de una represa –con cientos de muertos apachurrados por los techos de sus casas, los unos, y los otros ahogados por la arrasadora corriente, mientras dormían-; o cierto crimen espeluznante que dejó sin vida –y sin cabeza- a una familia entera en la ciudad de México, pues el demente pordiosero degolló a los padres, a cuatro hijos, a dos sirvientes y hasta al perro chihuahueño, porque las sobras que le regalaron la víspera ya estaban descompuestas; o la crónica de la recién llegada Nao de China a Acapulco, con sus marfiles tallados, sedas, muebles laqueados y olorosas especias, sobre todo canela, pimienta y clavo, cargamento enorme que fue vendido allá mismo en ese minúsculo puerto -que sólo cobra vida en tales días-, a los comerciantes mayoristas llegados desde la capital y la ciudad de Puebla, principalmente.

Sabrosas las gacetillas con sus novedades, ciertamente, pero muy ocasionales. Un periódico cotidiano es otra cosa. Ya los norteamericanos habían puesto la muestra publicando diarios en diversas ciudades de Estados Unidos; bueno, en realidad nos pusieron la verdadera muestra desde 1776 cuando se declararon independientes de Inglaterra. Aquí en la Nueva España eso todavía parece un sueño, por más conatos que han tenido lugar estos últimos años y no obstante que apenas hace dos semanas exactas el cura de Dolores, Miguel Hidalgo, levantó en armas a los campesinos de esa región guanajuatense. ¡Una pesadilla es lo que está siendo para los españoles! ¡Qué remojón para el nuevo virrey Venegas, a dos días de haber tomado posesión!

Pero acabemos lo nuestro: apenas en 1805 nació el Diario de México y menos de un lustro después conseguí ser su colaborador habitual, mas no de escritorio sino correteando la noticia. Reporter, le empiezan a llamar los norteamericanos. Por eso estoy aquí, en la señorial ciudad de Valladolid, la capital de Michoacán, a la espera de poder hablar con este joven teniente Agustín de Iturbide. En realidad yo quería entrevistar al intendente, que es la máxima autoridad española en estas regiones, pero como no es posible al estar él fuera de la ciudad, su secretario me remitió con Iturbide, quien encabeza aquí un regimiento. Por cierto que ya he tenido que esperar casi siete horas, aunque no he dejado de escuchar cosas interesantes en esta enorme antesala, por más que mi discreción hubiera querido evitarlo. Mi discreción, pero no mi profesión. Y algún otro, más indiscreto que yo, me ha confiado en baja voz, arrinconados, delicadas noticias de la historia personal del niño y del joven Agustín. Se conocen desde chicos.

Poco mayor que yo (pues él nació en 1783), Iturbide se empezó a dar a conocer en septiembre de 1808, con escasos 25 años de edad encima, cuando firmó el Acta de Adhesión y Lealtad que depuso al virrey Iturrigaray y lo sustituyó por el mariscal de campo Pedro de Garibay, quien a sus 85 años accedió a ser virrey. En realidad Garibay estaba siendo manipulado por los conjurados golpistas: españoles ricos, el alto clero y militares peninsulares que no deseaban perder sus privilegios y prerrogativas. Enredado asunto fue ése. Como Napoleón acababa de invadir España, los criollos del Ayuntamiento de la ciudad de México –encabezados por Primo Verdad y finalmente con el apoyo, ciertamente oportunista, del virrey Iturrigaray-, pretendieron desconocer las órdenes de la Corona española, en tanto no quedara liberada de las tropas francesas. El problema se agravó cuando Napoleón quitó a Fernando VII y designó como rey de España a su hermano, José Bonaparte, mejor conocido como Pepe Botella. Pero los peninsulares que dominan a la Nueva España no se quedaron con los brazos cruzados y conspiraron contra Iturrigaray, pues para ellos es preferible seguir siendo colonia de una España invadida y sojuzgada por Francia, que correr los riesgos liberales de una independencia supuestamente temporal que podría convertirse en definitiva. A ellos se sumó el joven Iturbide y no me resultaba muy simpático por lo mismo, aunque no lo había visto jamás en persona. Quizá se adhirió al partido español porque él hubiera querido ser uno de ellos. De hecho, se sabe que presume de ser criollo, cuando probablemente es mestizo. Su padre es un acaudalado comerciante y hacendado español, pero su madre, de seguro dignísima dama, es sólo una respetable michoacana. Sé que aún de corta edad, hace tres años, casó Iturbide con la hija del intendente Huarte, el español de más alta jerarquía en esta provincia. Muy de su agrado debe resultarle que Ana María sí es hija de españoles puros, y que los casó en la catedral de Valladolid el mismísimo obispo de esa diócesis. Tampoco debe incomodarle el rango elevado de su suegro. Otro informe que existe, ciertamente vago y no corroborado, es que Iturbide fue el delator de la conspiración independentista de Valladolid que encabezaron , el año pasado de 1809, el licenciado Michelena y fray Vicente de Santa María; que era uno de ellos pero que se distanció porque no lo quisieron nombrar mariscal de campo, siendo apenas un modesto teniente.

Un asistente entra a la antesala y me pide pasar a un minúsculo salón adyacente. Obedezco y me acomodo en un sillón de cuero negro, confortable, frente a otro que a todas luces era el principal. Escucho voces que se acercan y de pronto hace su aparición Iturbide, entrando a la pequeña habitación donde me encuentro. Me pongo de pie y nos damos la mano:

--José Iturriaga, para servirle, teniente.

--Tome asiento, Iturriaga.

No sé si yo estaba predispuesto en su contra, pero no me agradó Iturbide. Aunque sean meras fórmulas sociales por lo general sin contenido de fondo, a un "para servirle" se responde "igualmente" o "mucho gusto", pero no se deja como una cortesía unilateral, sin respuesta. Además, si sólo es mayor que yo un par de años, ¿qué es eso de "Iturriaga"? Un "señor" no hubiera sobrado. Aunque me disgustó, realmente no me sorprendió. Así me esperaba que fuera. Como sea, procedí a explicarme:

--Muchas gracias por recibirme, teniente Iturbide. Vine hasta Valladolid porque el Diario de México no quisiera atenerse a las informaciones que llegan a la ciudad de México, a veces vagas y hasta contradictorias, pero siempre alarmantes, sobre el levantamiento de Hidalgo en Dolores, con los que empiezan a llamar insurgentes, y…

--¡Insurgentes de mierda! –me interrumpió con violencia-- ¡Criminales, éso es lo que son! ¡Desarrapados! ¡Escoria, muertos de hambre! ¿Ya sabe lo de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato? Pasó antier, acabamos de recibir los últimos detalles. ¡Una carnicería! No perdonaron a nadie: mujeres y niños, pacíficos comerciantes, familias enteras. ¡Un río de sangre! Traidores y estúpidos, pues patearon el pesebre, ¡se embarraron en él!, y ahora a ver qué comen, en qué mina trabajan, qué campos van a cultivar. Pero escúcheme Iturriaga, ¡se van a arrepentir no sólo de lo que están haciendo, sino de haber nacido! ¡Como que me llamo Agustín de Iturbide!

Agustín Cosme Damián, lo enmendé mentalmente. Ya sé que le debe los nombres de esos dos mártires, santos patronos de los cirujanos, al hecho de haber nacido el 27 de septiembre, pero el Agustín se le puso porque nació moribundo y la devota madre pidió al cura de su parroquia que envolviera a la criatura con el hábito del fraile agustino Pedro de Basalenque, muerto con fama de santo, que allí lucía, quizá más para engalanar con visos de religión la mortaja del recién nacido, que pensando en el milagro de mantener su precaria vida.

Iturbide continuó su perorata con vehemencia, evidentemente molesto. Parecía que me estaba regañando a mí:

--Degollaron como reses a todos los españoles que atraparon vivos. En esa orgía de sangre mostraron tal crueldad inaudita, que sólo exhibieron la podredumbre de su alma. ¡Por Dios!

Por la mente me pasaron los relatos que apenas hacía unas horas había escuchado en boca del paisano de Iturbide, condiscípulo suyo años atrás; eran rumores corrientes entre los naturales de Valladolid. Me dijo que desde muy tierna edad, Agustín dio pruebas de tener un corazón cruel y duro, que siendo niño cortaba los dedos de las patas a las gallinas para tener el bárbaro gusto de verlas andar con sólo los tronconcitos de las canillas. Y más agregó: que cierta ocasión, en el colegio, a propósito pateó una escalera de madera en cuya extremidad superior se hallaba un mozo haciendo algún trabajo, ocasionándole poco menos que la muerte con el golpe que recibió en la caida.

Iturbide continuaba:

--Además, el tal Hidalgo es un disoluto, un mujeriego, un delincuente desde mucho antes de que se lanzara a esta aventura suicida y matricida de la independencia. En Dolores se dedicó a burlar las leyes dictadas por Su Majestad, cultivando vides para hacer vino y moreras para criar gusanos de seda, en violación abierta a la expresa prohibición que está impuesta al respecto. ¡La economía de España está antes que la de Nueva España! La madre es antes que la hija, e Hidalgo bien se ve que no reconoce a su madre. Más aún, la quiere matar.

--Pero, teniente, si España ahora está gobernada por los franceses, ¿obedecer en estos momentos al gobierno español no significa seguir los designios que Francia nos imponga? --Es una cuestión de principios. Revise la historia. La casa de Austria, los Habsburgos, nos gobernaron dos siglos, desde la Conquista de México hasta 1700, y entonces subió la casa de Borbón y su primer rey de España, Felipe V, había nacido en Francia. No se espante, Iturriaga, las monarquías dan estos giros y a los súbditos sólo nos corresponde obedecer. México no está preparado para ser nación independiente. Así lo deberían haber entendido Hidalgo y sus huestes de seguidores, pero ya es demasiado tarde. Con su sangre lo habrán de pagar, Dios mediante, y en eso estamos empeñados.

--Pero, por lo pronto, teniente Iturbide, ¿qué hay de cierto en que en la toma de la Alhóndiga ya eran como 20 mil los insurgentes? Eso he escuchado en su antesala.

--En primer lugar, el número no dice nada, aunque yo creo que es exagerado –me dijo sin mucha convicción-. Además, su armamento sería para dar risa, si no se tratara de una multitud de desalmados. Machetes con los que preparan sus barbechos para sembrar, que ahora han convertido en dagas asesinas. Flechas, garrotes y aperos de labranza. Hondas y hasta viles palos en sus inmundas manos son de algún peligro, pero nada tienen qué hacer frente a nuestros fusiles y cañones. Pero sobre todo, nosotros, los realistas, a Dios gracias somos un ejército capacitado con largos años de entrenamiento y disciplina, en tanto que ellos son abyecta gente del campo, por lo general envilecidos por el alcohol, y sin ninguna experiencia militar. Lo que sí saben, y bien, es matar por la espalda, a traición.

Ciertamente –recordé las confidencias de su paisano-, Iturbide fue poco afecto a la escuela y por ello se hizo militar de carrera. Ingresó al ejército virreinal desde la sorprendente edad de14 años, y al tiempo obtuvo el modesto nivel de segundo alférez. Sin duda influyeron la acaudalada posición de su padre y la condición de español que ostentaba. Como fuera, enrolado en Valladolid, después fue destinado a Jalapa y luego a la ciudad de México. Ahora estaba de vuelta en su tierra.

Con cautela, para no enardecerlo más, aventuré una cuestión:

--¿Y cómo habrán logrado los insurgentes ocupar San Miguel el Grande, la misma noche del 16, y tomar antier la Alhóndiga?

--San Miguel se entregó sin combatir, pues su regimiento provincial de Dragones de la Reina se pasó completo con Hidalgo, ya que el felón Ignacio Allende era a la vez capitán de ese regimiento y uno de los principales conspiradores con el cura de Dolores. Hidalgo traicionó a España y mancilló su sotana, Allende también la traicionó y mancilló su uniforme. ¡Ambos habrán de lavar de rodillas sus indumentarias, antes de que los fusilemos como bandoleros!

--¿Y la Alhóndiga, teniente…? –agregué quedito.

--¡Malditos! ¡El intendente Riaño los hubiera hecho pedazos! A campo abierto, en las afueras de Guanajuato, les debería haber hecho frente y de seguro diezmado y dispersado. Pero no consideró que esa turba multitudinaria es una bola de cobardes, y por añadidura armados con las patas; prefirió encerrarse en la Alhóndiga y le costó la vida. A él y a unas 400 personas. No contó con que el populacho de la ciudad, los léperos indecentes, se sumarían a las hordas de Hidalgo. De ellas parece que murieron más de tres mil pelagatos. La defensa de la Alhóndiga fue heroica, pero los sitiadores provocaron un artero incendio que consumió la puerta, dejándoles el paso libre.

--Ya llegó a México, teniente Iturbide, la noticia de que el cura Hidalgo, a su paso por el santuario de Atotonilco, tomó como estandarte una imagen de la Virgen de Guadalupe, y le agregó un letrero con la leyenda… –aquí tuve que sacar de mi bolsillo un papel, que leí-: "¡Viva la religión! ¡Viva nuestra Madre Santísima de Guadalupe! ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la América y muera el mal gobierno!" ¿Qué opina usted de… -no pude acabar la pregunta. Ni falta hizo-.

--¡Hereje! ¡Blasfemo! ¡Hipócrita! ¡Qué manera de manipular a la religión para manipular al pueblo! Y engatusarlos con esa Virgen morena. María, la Madre de Dios, era blanca, por eso los verdaderos católicos veneramos a la Virgen de los Remedios y la visitamos con fervor en su santuario de Naucalpan. Guadalupe es para los indios. Y para los renegados como Hidalgo... –Iturbide había ido bajando el tono de su voz, quizá arrepintiéndose de sus atrevidas palabras. O de haberlas dicho frente a mí-.

En un instante reflexioné que Iturbide era ciertamente blanco, aunque ligeramente rubicundo. De fuerte complexión y bien proporcionado, cabello castaño y largas patillas rojizas, no me gustó que sus ojos no veían a la cara, con frecuencia miraban hacia abajo o para otro lado. Aunque no precisamente apuesto, era bien presentado a la manera española, castizo, y de seguro que eso le complacía. ¡Bastaba escucharlo! Y también recordé la vieja pugna entre las Vírgenes de los Remedios y de Guadalupe, o mejor dicho, entre sus fieles. Iturbide sólo había reflejado un viejo antagonismo, más que centenario en realidad. Y continuó, ya sin aspavientos, si no es que con moderación:

--Los diferentes votos sacerdotales que juró Miguel Hidalgo lo obligan a una vida de castidad y de obediencia, de sobriedad y de templanza. No parece que los esté cumpliendo todos al empuñar las armas para matar al prójimo… Nuestra Santa Madre la Iglesia Católica predica el amor –agregó con intencionada calma-.

La declaración de Iturbide y la breve pausa que hizo, me permitieron rememorar que él había estudiado en el Colegio Seminario Conciliar de San Pedro, por supuesto entre maestros sacerdotes y muchos condiscípulos que también llegarían a serlo. Pero Iturbide no tenía vocación religiosa ni científica ni literaria, así que nunca terminó sus estudios y desde muy jovencito empezó a ayudar a su padre en la administración de una rica hacienda suya. Pero a escribir sí aprendió. Ya se vería en sus partes, proclamas y manifiestos posteriores. Su voz, ahora aún más modulada, casi artificial, me devolvió la atención:

--No entiendo qué le pasó al padre Hidalgo. La ambición debe haberlo dominado. Le faltó reciedumbre para resistir las tentaciones del poder. Es un cura de pueblo…

No pude menos que tener presente que Miguel Hidalgo había sido rector y maestro del Colegio de San Nicolás, la institución de estudios superiores más importante de Michoacán, la verdadera universidad de esa provincia. Y de manera obligada comparé los truncos estudios de Iturbide, apenas mayores que los de la educación elemental.

No parecía que el teniente Iturbide fuera a decirme mucho más, después de su exabrupto mariano que a todas luces resintió. Yo ya tenía suficiente material para regresar a la ciudad de México y publicarlo en el periódico, pero no tenía de qué preocuparse este joven militar, pues de todas maneras el periódico estaba sujeto, quiérase o no, al visto bueno de las autoridades virreinales. Procedí entonces a despedirme:

--No quiero abusar más de su tiempo, teniente. Ha sido usted muy amable al recibirme y darme su confianza... –le dije con cierta intención, que quizá no le pasó desapercibida, mientras me levantaba de mi asiento-. Muchas gracias.

--No hay de qué, Iturriaga. En realidad ya estamos preparando la persecución de los sediciosos y ciertamente que estamos muy ocupados. En breve debo sumar mis fuerzas con las del coronel Trujillo… Ahora recapacito que nunca le ofrecimos un chocolate, somos pésimos anfitriones, pero éste es un cuartel. ¿O es usted de los que ya empiezan a tomar esa bebida negra que llaman café? Café o negro, ha de venir de la China.

--Discúlpeme, don Agustín, parece que lo traen del noreste de África, de una región llamada el Sudán.

No obstante que al final de la charla Iturbide fue un poco más amable, no es una persona que me guste. Nunca podría ser su amigo.

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Confieso que he comido. De fondas, zaguanes, mercados y banquetas, Conaculta, 2011.

Índice

Prólogo: Todavía desde el más acá

1. Dulce infancia antojadiza

2. Fondas familiares y travesuras inconfesables

3. "Huevos de perro"

4. ¡Que quiebren las empresas de banquetes!

5. Confesión de intimidades

6. El Trapiche del Rosario

7. Adolescente "sin llenadera"

8. Tamales en la U.R.S.S.

9. Mis propias subsistencias vs langostas ajenas

10. El desempance

11. Velocidad máxima: 5 pasitas por hora

12. Perros adobados de aquí y de allá

13. Huevos de pollo y hueveras de gallina

14. De rastros y rabinos, canguros y geysers

15. Nunca conviene hacerse pato (menos aun en las Filipinas)

16. Para curar príncipes

17. Sonorenses de primera (no hay de segunda)

18. "Más pronto cae un hablador…"

19. "El Danubio" o los papás siempre tienen la razón

20. "Hiel de víbora" no es insulto

21. El paradójico ramadán paquistaní

22. Deleites insospechados (hasta por el chef)

23. De hongos a hongos

24. Alimentar San Bernardos

25. Gallos de todos sabores y colores

26. Manteles largos para ratas a la mantequilla

27. Avestruces navideñas

28. Aventuras poblanas de alto riesgo

29. Remembranzas orientales

30. Las dietas de Silvia

31. Perestroika

32. Eiffel en México

33. La feria del atole

34. De erizos, burros y burdeles

35. Delicias sobre ruedas

36. Cámbaros invasores

37. Placeres árabes fuera del harem

38. Lo que se mueve se come

39. Limusina (Camino) Real

40. "El Gran Rábano" o el paraiso de las vísceras

41. Alta cocina mexicana

42. Oporto ancestral

43. Ese platillo está en chino (comérselo)

44. Cebiches y más

45. Caprichos entomológicos

46. Paellas y pa' nosotros

47. Alpinistas teporochos

48. Alucinaciones peruanas y otros espejismos sudamericanos

49. De langostinos, acamayas, piguas y chacales

50. Más de crustáceos

51. La ensalada de Corpus Christie

52. Pescando… hasta catarros

53. Los mil y un pozoles

54. Pantagruel y el cangrejo

55. Peligrosos rituales gastronómicos

56. De mezcales y pendencias

57. El "Alibabar" y otras satisfacciones chiapanecas

58. Estas son puras papas

59. Sólo Veracruz es bello… y sabroso

60. Me voy pa'l norte

61. "Si no pesca no paga…"

62. El pleonásmico coctel campechano

63. Suspiros de fraile

64. Tortuga dura de roer

65. De certámenes y de ciertas hambres

66. Igual-a rico

67. "Colombia es pasión"

68. Iguanas ranas

69. Fuego "amigo" ante la Unesco

70. Lengua con milanesas chinas

71. Los premios Slow Food

72. Gula serpens

73. Colores sabrosos, caldos de piedras y otras ricuras oaxaqueñas

74. Gourmet versus gourmand

75. «El plato más estético»

76. México en Boston

77. Poner las barbas (del camarón) a remojar

78. Sopa de letras

79. Disquisiciones paremiológicas

80. Orientado hacia el oriente

81. Visita prematura al cielo.

Prólogo, Todavía desde el más acá

Escribir las memorias de la vida propia con la intención de publicarlas es una presuntuosa vanidad, pues implica la ilusa creencia de que se trata de asuntos de interés general. Las de Pablo Neruda (Confieso que he vivido) o las de Eisenstein (Memorias inmorales) o las de Simone de Beauvoir (La plenitud de la vida) o las de Fernando Savater (Mira por dónde) o las de Luis Buñuel (Mi último suspiro) o las de Nicolás Guillén (Páginas vueltas), por supuesto que sí nos interesan a la mayoría de quienes acostumbramos leer. Pero fuera de ejemplos notables como esos, pocas veces es atractivo conocer los pormenores de una vida real ajena.

Por otra parte, escribir memorias implica tener un gran tino cronológico: no dejarlas sobre el papel con demasiada anticipación a la muerte, pues resultarían ser una reseña incompleta, en la cual podrían quedar fuera sucesos quizá más interesantes que los descritos. Más grave aun –para el escritor potencial- sería que la muerte se le anticipara a la realización de sus memorias, pues ya nunca verían la luz. Del plato a la boca se cae la sopa, aunque llega a pasar que la familia o los amigos publican las memorias póstumas del desaparecido, corroborando que las más de las veces, no las come quien las cuece.

La decisión –o indecisión- acerca de escribir unas memorias siempre es un arma de dos filos, por lo cual no sabe uno para dónde hacerse: El que se duerme no cena y el que cena se desvela.

Por todo ello, estas páginas no pretenden ser unas "memorias"; carecerían de interés para los lectores (lo cual es posible que de cualquier manera suceda). Estos textos autobiográficos tienen, en cambio, una característica singular: el hilo conductor que les da coherencia –si es que la tienen- son los asuntos alimenticios o gastronómicos y por ello bien pueden titularse Confieso que he comido (plagiando flagrantemente el título nerudiano, cosa que, por lo demás, no soy el primero que lo hace sin vergüenza). No he tenido mérito en vivir todo lo que he vivido en materia culinaria; la suerte en este sentido me ha favorecido siempre. Mucho aceite en la sartén y cualquiera fríe bien. Lo único que sí puedo afirmar es que aquí no aparecen ficciones, sino vivencias. Para mentir y comer pescado, se necesita mucho cuidado.

No fue fácil iniciar esta tarea, pero ya que a comer y a rascar, el trabajo es empezar, me puse a darle, sabiendo que es mole de olla. Traté de que en estos escritos destacara un sentido ecológico, ocultando mi ya desaparecida condición de cazador, pero como al mejor cocinero se le va un tomate entero, de repente se le ven las orejas al burro y pareciera éste mi lema: Todo lo que corre o vuela, a la cazuela. También procuré que mi afición por la cocina no pusiera en entredicho mi prestigio, para desmentir a los ignorantes que repiten aquello de bueno pa'l metate, malo pa'l petate. Algunos modestos logros académicos en materia gastronómica que vienen al caso, los relato, y a otros no los aludo, pues con mucha razón me dirían quienes me conocen desde tiempo atrás: ¡Ay cocol, ya no te acuerdas de cuando eras chimisclán! A muchos amigos los menciono por su nombre, para no olvidar que al que te dio el capón, no le niegues el alón (aunque de seguro varios preferirían que los hubiera omitido). Si bien no se puede negar la verdad fisiológica de barriga llena, corazón contento, este libro trata de sostener, aunque no parezca, que no sólo de pan vive el hombre. Como quiera que sea, conejo, perdiz o pato, que venga al plato.

Como este arroz ya se coció, podría decirle al lector: aquí está la sopa, que espere la copa. Pero esa sería hipocresía; prefiero dar color y confesar mis inclinaciones (paremiológicas):

 

Para todo mal, mezcal,

para todo bien, también.

Para la tristeza: cerveza,

para el cruel destino: vino,

para el fracaso: de ron un vaso.

Contra las muchas penas,

las copas llenas;

contra las penas pocas,

llenas las copas.

 

Por fortuna para los lectores, este libro es como las lentejas, si no las quieres las dejas. Así nadie les dirá que hasta lo que no comen les hace daño, pues sólo la cuchara sabe lo que tiene adentro la olla. Pero me consuela esperar que haya algunos incautos que agoten esta lectura: Que son buenas las recetas, tu dirás según le metas.

En fin, ya me amenazarán por esta osadía editorial: El que tenga su maíz, que se trague su pinole. Y agregarán: Que con su pan se lo coma. Tienen razón. Si eso dice mamón tierno, qué dirá bolillo duro.